Tengo los dedos helados.
¿Por qué no estás aquí
para que siga notándolos . . .
notándote?
Ya no flotan notas por el aire de mi cuarto.
No noto que el viento me despeine los sentidos.
Tengo los dedos tan fríos
desde que me he ido . . .
Nunca quise irme de ti
ni de tu clave de sol
que me abrigaba las noches
con su cálida canción . . .
Te echo tanto de menos
que tiemblo
de miedo
cuando pienso en el olvido.
En la distancia.
Y en el tiempo . . .
Espérame,
que no te dejaré morir
bajo el polvo del silencio.
Volveré en cualquier momento
a darte el gélido beso
y hacerte mil primaveras
en este invierno de hielo.